jueves, 3 de julio de 2014

The Waste Land and Other Poems - T.S Eliot






Publishing House: Faber and Faber
1950.

Contents

-The love song of J. Alfred Prufrock
-Preludes
-Gerontion
-Sweeney among the Nightingales
-The Waste Land
-Ash-Wednesday
-Journey of the Magi
-Marina
-Landscapes
-Two Choruses from 'The Rock'


Here

Este libro no contiene traducciones, está en inglés. 

lunes, 24 de marzo de 2014

Avatares de la Tortuga - Jorge Luis Borges




Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros. No hablo del Mal cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito. Yo anhelé compilar alguna vez su móvil historia. La numerosa Hidra (monstruo palustre que viene a ser una prefiguración o un emblema de las progresiones geométricas) daría conveniente horror a su pórtico; la coronarían las sórdidas pesadillas de Kafka y sus capítulos centrales no desconocerían las conjeturas de ese remoto cardenal alemán -Nicolás de Krebs, Nicolás de Cusa- que en la circunferencia vio un polígono de un número infinito de ángulos y dejó escrito que una línea infinita sería una recta, sería un triángulo, sería un círculo y sería una esfera (De docta ignorantia, I, 13). Cinco, sietes años de aprendizaje metafísico, teológico, matemático, me capacitarían (tal vez), para planear decorosamente ese libro. Inútil agregar que la vida me prohibe esa esperanza, y aún ese adverbio. 

A esa ilusoria Biografía del Infinito pertenecen de alguna manera a estas páginas. Su propósito es registrar ciertos avatares de la segunda paradoja de Zenón.

Recordemos, ahora, esa paradoja. 

Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro. la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga corre un milímetro; Aquiles Piesligeros el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro y así infinitamente sin alcanzarla... Tal es la versión habitual. Wilhelm Capelle (Die Vorsokratiker, 1985, pág. 178) traduce el texto original de Aristóteles: " El segundo argumento de Zenón es el llamado Aquiles. Razona que el más lento no será alcanzado por el más veloz, pues el perseguidor tiene que pasar por el sitio que el perseguido acaba de evacuar, de suerte que el más lento siempre le lleva una determinada ventaja". El problema no cambia, como se ve; pero me gustaría conocer el nombre del poeta que lo dotó de un héroe y de una tortuga. A esos competidores mágicos y a la serie 

10 + 1  + 1/10 + 1/100 + 1/1000 + 1/10000

debe el argumento su difusión. Casi nadie recuerda el que lo antecede -el de la pista-, aunque su mecanismo es idéntico. El movimiento es imposible (arguye Zenón) pues el móvil debe atravesar el medio para llegar al fin, y antes el medio del medio, y antes el medio del medio, del medio y antes... [1]

Debemos a la pluma de Aristóteles la comunicación y la primera refutación de esos argumentos. Los refuta con una brevedad quizá desdeñosa , pero su recuerdo le inspira el famoso argumento del tercer hombre contra la doctrina platónica. Esa doctrina quiere demostrar que dos individuos que tienen atributos comunes (por ejemplo dos hombres) son meras apariencias temporales de un arquetipo eterno. Aristóteles interroga si los muchos hombres y el Hombre -los individuos temporales y el arquetipo- tienen atributos comunes. Es notorio que sí; tienes los atributos generales de la humanidad. En ese caso, afirma Aristóteles, habrá que postular otro arquetipo,   que los abarque a todos y después un cuarto... Patricio de Azcárate, en una nota de su traducción de la Metafísica, atribuye a un discípulo de Aristóteles esta presentación: "si lo que se afirma de muchas cosas a la vez es un ser aparte, distinto de las cosas de que se afirma (y esto es lo que pretenden los platonianos), es preciso que haya un tercer hombre. Es una denominación que se aplica los individuos y a la idea. Hay, pues, un tercer hombre distinto de los hombres particulares y de la idea. Hay al mismo tiempo un cuarto que estará en la misma relación con éste y con la idea de los hombres particulares; después un quinto y así hasta el infinito". Postulamos dos individuos, a y b, que integran el género c. Tendremos entonces 

a + b = c 

pro también, según Aristóteles:

a + b + c = d                   
a + b + c + d = e             
a + b + c + d + e = f...    

En rigor no se requieren dos individuos: bastan el individuo y el género para determinar el tercer hombre que denuncia Aristóteles. Zenón de Elea recurre a la infinita regresión contra el movimiento y el número, su refutador,contra la normas universales. [2]

El próximo avatar de Zenón que mis desordenadas notan registran es Agripa, el escéptico. Éste niega que algo pueda probarse, pues toda prueba requiere una prueba anterior (Hypotyposes, I, 166). Sexto Empírico arguye parejamente que las definiciones son vanas, pues habría que definir cada una de las voces que se usan y, luego, definir la definición (Hypotyposes, II, 207). Mil seiscientos años después, Byron, en la dedicatoria de Don Juan, escribirá de Coleridge: "I wish he would explain his explanation." 

Hasta aquí, el regressus in infinitum ha servido para negar, Santo Tomás de Aquino recurre a él (Suma Teológica, 1, 2, 3) para afirmar que hay Dios. Advierte que no hay cosa en el universo que no tenga una causa eficiente y que esa causa claro está, es el efecto de otra causa anterior. El mundo es un interminable encadenamiento de causas y cada causa es un efecto. Cada estado proviene del anterior y determina el subsiguiente, pero la serie general pudo no haber sido, pues los términos que la forman son condicionales, es decir, aleatorios. Sin embargo, el mundo es, de ello podemos inferir una no contingente causa primera que será la divinidad. Tal es la prueba cosmológica; la prefiguran Aristóteles y Platón; Leibniz la redescubre.  [3]

Hermann Lotze apela al regressus para no comprender que una alteración del objeto A pueda producir una alteración del objeto B. Razona que si A y B son independientes, postular un influjo de A sobre B es postular un tercer elemento C, un elemento que para operar sobre B requerirá un cuarto elemento D, que no podrá operar sin E, que no podrá operar sin F... Para eludir esa multiplicación de quimeras, resuelve que en el mundo hay un sólo objeto: una infinita y absoluta sustancia equiparable al Dios de Spinoza. Las causas transitivas se reducen a causas inmanentes; los hechos, a manifestaciones o modos de la sustancia cósmica.[4] 

Análogo, pero todavía más alarmante, es el caso de F.H Bradley. Este razonador (Appearance and Reality, 1897, pág. 19-34.) no se limita a combatir la relación causal; niega todas la relaciones. Pregunta si una relación está relacionada con sus términos. Le responden que sí e infiere que ello es admitir la existencia de otras dos. En el axioma la parte es menor que el todo no percibe dos términos y la relación menor que; percibe tres (parte, menor que, todo) cuya vinculación implica otras dos relaciones, y así hasta lo infinito. En el juicio Juan es mortal, percibe tres conceptos inconjugables (el tercero es la cópula) que no acabaremos de unir. Transforma todos los conceptos en objetos incomunicados, durísimos. Refutarlo es contaminarse de irrealidad.

Lotze interpone los abismo periódicos de Zenón entre la causa y el efecto; Bradley, entre el sujeto y el predicado, cuando no entre el sujeto y los atributos; Lewis Carroll  (Mind, volumen cuarto, pág. 278) entre la segunda premisa del silogismo y la conclusión. Refiere un diálogo sin fin, cuyos interlocutores son Aquiles y la tortuga. Alcanzando ya el término de su interminable carrera, los dos atletas conversan apaciblemente de geometría. Estudian este claro razonamiento:

a) Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí.
b) Las dos lados de este triángulo son iguales a MN
z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí. 

La tortuga acepta la premisas a y b, pero niega que justifiquen la conclusión. Logra que Aquiles interpole una proposición hipotética.

a) Dos cosas iguales a un tercera son iguales entre sí.
b) Los dos lados de este triángulo son iguales a MN.
c) Si a y b son válidas, z es válida.
z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí. 

Hecha esa breve aclaración. la tortuga acepta la validez de a, b y c, pero no de z. Aquiles, indignado, interpola:

d) Si a, b y c son válidas, z es válida.

Carroll observa que la paradoja del griego comporta una infinita serie de distancias que disminuyen y que en la propuesta por él crecen las distancias. 

Un ejemplo final, quizá el más elegante de todos, pero también el que menos difiere de Zenón. William James (Some Problems of Philosophy, 1911, pág. 182) niega que puedan transcurrir catorce minutos, porque antes es obligatorio que hayan pasado siete, y antes de siete, tres y medio, y antes de tres y medio, un minuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el invisible fin, por tenues laberintos de tiempo. 

Descartes, Hobbes, Leibniz, Mill, Renouvier, Georg Cantor, Gomperz, Russell y Bergson han formulado explicaciones - no siempre inexplicables y vanas - de la paradoja de la tortuga. (Yo he registrado algunas). Abundan asimismo, como ha verificado el lector sus aplicaciones. Las históricas no la agotan: el vertiginoso regressus in infinitum es acaso aplicable a todos los temas. A la estética: tal verso nos conmueve por tal motivo, por tal motivo por tal otro motivo... Al problema del conocimiento: conocer es reconocer, pero es preciso haber conocido para reconocer, pero conocer es reconocer... ¿Cómo juzgar esa dialéctica? ¿Es un legítimo instrumento de indagación o apenas una mala costumbre?

Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) puedan parecerse mucho al universo. También es aventurado pensar que de esas coordinaciones ilustres, alguna -siquiera de modo infinitesimal- no se parezca un poco más que otras. He examinado las que gozan de cierto crédito; me atrevo a asegurar que sólo en la que formuló Schopenhauer he reconocido algún rasgo del universo. Según esa doctrina, el mundo es una fábrica de la voluntad. El arte - siempre - requiere irrealidades visibles. Básteme citar una: la dicción metafórica o numerosa o cuidadosamente casual de los interlocutores de un drama... Admitamos lo que todos los idealistas admiten: el carácter alucinatorio del mundo. Hagamos lo que ningún idealista hecho: busquemos irrealidades que confirmen ese carácter. Las hallaremos, creo, en las antinomias de Kant y en la dialéctica de Zenón.

"El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que se hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ése nuestro caso?". Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sin razón para saber que es falso.



[1]Un siglo después,  el sofista chino Hui Tzu razonó que un bastón al que cercenan la mitad cada día es interminable (H.A Giles: Chunag Tzu, 1889, pág 453.)
[2] En el Parménides -cuyo carácter zenoniano es irrecusable- Platón discurre un argumento muy parecido para demostrar que el uno es realmente muchos. Si el uno existe, participa del ser, por consiguiente, hay dos partes en él, que son el ser y el uno, pero cada una de esas partes es una y es, de modo que encierra otras dos, que encierran también otras dos: infinitamente. Russell (Introduction to Matematical Philosophy, 1919, pág, 138) sustituye a la progresión geométrica de Platón una progresión aritmética. Si el uno existe, el uno participa del ser; pero como son diferentes el ser y el uno, existe el dos; pero como son diferentes el ser y el dos, existe el tres, etc. Chunag Tzu (Waley: Three Ways of Thought in Ancient China, pág 25.) recurre al mismo interminable regressus contra los monistas que declaraban que las Diez Mil Cosas (el Universo) son una sola. Por lo tanto -arguye- la unidad cósmica y la declaración de esa unidad ya son dos cosas: esas dos y la declaración de su dualidad ya son tres; esas tres y la declaración de su trinidad ya son cuatro... Russell opina que la vaguedad del término ser basta para invalidar el razonamiento. Agrega que los números no existen, que son meras ficciones lógicas.
[3]Un eco de esa prueba, ahora muerta, retumba en el primer verso del Paradiso: "La gloria de Colviche tutto move": 
[4] Sigo la exposición de James (A Pluralistic Universe, 1909, pág, 55-60). C.F Wentscher: Fechner und Lotze, 1924, pág. 166-171. 


Publicado en la revista Sur N° 63 en 1939.

martes, 21 de mayo de 2013

Cinco Ensayos de Francis Bacon.




De la Adversidad.

FUÉ ALTO DECIR DE SÉNECA (a la manera de los estoicos), "que las cosas buenas que pertenecen a la prosperidad han de desearse; pero las cosas buenas que pertenecen a la adversidad han de admirarse". Bona rerum secundarum optabilia; adversarum mirabilia. Ciertamente, si los milagros son dominio sobre la naturaleza, aparecen sobre todo en la adversidad. Él, sin embargo, habla con más altura aun (demasiada para un pagano) cuando dice: "Es verdadera grandeza tener en uno la fragilidad de un hombre y la seguridad de un Dios". Vere magnum habere fragilitatem hominis, securitatem Dei. Esto hubiera sido mejor en poesía, donde se da más lugar a las trascendencias. Y por cierto que los poetas se han ocupado de ello; porque es, en sustancia, lo que figuraba en esa extraña invención de los antiguos poetas, que parece no carecer de misterio y acercarse a la condición de un cristiano; "que Hércules cuando fué a desatar a Prometeo (que representa a la naturaleza humana), cruzó todo el gran océano en un cuenco o cántaro de barro"; describiendo vivamente la resolución cristiana, que navega en la frágil barca de la carne a través de las olas del mundo. Pero hablemos con moderación. La virtud de la prosperidad es la templanza; la virtud de la adversidad es la fortaleza, que en moral es virtud más heroica. La prosperidad es la bendición del Antiguo Testamento; si se escucha el arpa de David, se oirán tanto aires fúnebres como villancicos; y el lápiza del Espíritu Santo se ha tomado más trabajo para describir las aflicciones de Job que las felicidades de Salomón. A la prosperidad no le faltan temores y disgustos; y a la adversidad, consuelos y esperanzas. En trabajos de aguja y en bordados vemos que es más agradable un dibujo vivaz sobre fondo oscuro y solemne, que un dibujo oscuro y melancólico sobre fondo luminoso; juzgad, pues, el placer del corazón según el placer de los ojos. Ciertamente, la virtud es como los perfumes preciosos,  más fragantes cuando son incensados o molidos: porque la prosperidad exhibe mejor el vicio, pero la adversidad exhibe mejor la virtud. 
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De la Alta Posición

Los hombres que ocupan alto cargo son tres veces servidores: servidores del soberano del Estado; servidores de la fama, y servidores del oficio. Por ello no tienen libertad; ni de sus personas, ni de sus actos, ni para disponer de su tiempo. Es extraño deseo buscar el poder y perder la libertad; o buscar  el poder sobre los demás y perderlo uno mismo. El elevarse hasta el cargo es trabajo arduo, y a través de trabajos los hombres paran en mayores trabajos; y a veces es ruin, y mediante indignidades los hombres llegan a las dignidades. La posición es escurridiza y el regreso es caída, o por lo menos, eclipse, que es cosa melancólica. Cum non sis qui fueris, non esse cur velis vivere (Cuando no sea los que fuíste, no tienes por qué seguir viviendo). Más aun; los hombres no pueden retirarse de la vida pública cuando quisieran, ni lo hacen cuando fuera razón; pero les disgusta la vida privada, aun en la vejez y la enfermedad, que exigen sombra; como los viejos vecinos, que seguirán sentándose en los portales de sus casas, aun cuando así ofrezcan su vejez al escarnio. Ciertamente, los grandes personajes tienen que vivir de las opiniones de otros hombres para sentir felicidad; porque si juzgan por lo que sienten, no pueden hallarla; pero si piensan de sí mismos lo que otros hombres piensan de ellos, y que a otros les gustaría ser lo que ellos son, entonces son felices por la fama, por decir así; cuando quizá hallen dentro de sí lo contrario. Porque ellos son los primeros en descubrir sus pesares, aunque sean los últimos en descubrir sus faltas. Sin duda los hombres que han alcanzado altas posiciones son extraños a sí  mismos, y mientras están en los enigmas de su trabajo no tiene tiempo para cuidar la salud del cuerpo ni la del espíritu. Illi mors gravis incubat, qui notus nimis omnibus, ignotus moritur  sibi (La muerte resulta pesada carga para quien, demasiado conocido por todos, muere desconocido para sí mismo.)   

En la posición hay libertad prar hacer bien y mal, de lo cual lo último es una maldición; porque para el mal la mejor condición es no desear; la segunda, no poder. Pero el poder para hacer el bien  es le verdadera y legíttima  finalidad a que uno debe aspirar. Porque los buenos pensamientos (aunque Dios los acepte)  no son mejores para los hombres que los buenos sueños, a menos que se lleven a la práctica; y ello no puede hacerse sin poder y posición, como base de ventaja y dominio. El mérito y las buenas obras son el fin del esfuerzo del hombre, y la conciencia de ello es la consumación del resposo del hombre. Porque si un hombre puede compartir la obra de Dios, compartirá también el reposo de Dios. Et conversus Deus, ut aspiceret opera quoe fecerunt manus suoe, vidit quod omnia essent bona nimie (Volviéndose Dios, para mirar la obras que habían hecho sus manos, vió que todas eran muy buenas); y de ahí el sábado.

Para el desempeño de tu cargo pon delante de ti los mejores ejemplos; porque la imitación es un cuerpo de preceptos. Y al cabo de algún tiempo pon delante de ti tu propio ejemplo y examínate con rigor para ver si no te condujiste mejor al principio. No olvides tampoco los ejemplos de aquellos que se han comportado mal en el mismo puesto; no para adornarte censurando la memoria de ellos, sino para que pueda evitar sus errores. Corrige por lo tanto sin ostentación ni reproche, a personas o tiempos pasados; pero imponte crear buenos predecentes  y seguirlos. Vuelve las cosas a su primera institución, y observa dónde y cómo han degenrado, pero pide consejo a ambas edades: a la edad antigua, que es lo mejor, y a la reciente, que es lo más adecuado. Trata de hacer regular tu conducta, para que lso hombres puedan saber de antemano lo que pueden esperar de ti; pero no seas demasiado absoluto y perentorio, y exprésate bien cuando te apartes de tu regla. Guarda el derecho de tu cargo; pero no muevas cuestiones de jurisdicción, y más bien asume tu derecho en silencioy de facto, que proclamarlo con demandas y desafíos. Guarda de igual manera los derechos de puestos inferiores, y piensa que es más honor dirigir como principal que estar ocupado en todos. Pide y acepta ayudas y consejos tocantes al cumplimiento de tu empleo, y no ahuyentes como entrometidos a quienes puedan traerte información; en cambio, acéptalos sin ofenderte.

Los vicios de la autoridad son principalmente cuatro: tardanzas, corrupción, rudeza y docilidad. En cuanto a tardanzas: da fácil acceso; cumple los plazos señalados; haz lo que tienes entre manos, y no entremezcles diferentes asuntos si no es por necesidad. En cuanto a corrupción:  no te limites a atar a tus propias manos o las manos de tus servidores para impedir que reciban; ata también la de los pretendientes, para que no ofrezcan. Porque la práctica de la integridad hace lo primero; pero la profesión de la integridad, con manifiesta execración del soborno, hace lo otro. Y evita no sólo la falta, sino también la sospecha. Quienquiera que se muestre variable y cambia manifiestamente sin causa manifiesta, da lugar a sospecha de corrupción. Por ello, siempre que varíes de opinión o de conducta, hazlo francamente, y decláralo, junto con las razones que te movieron a cambiar; y no pienses hacerlo como furtivamente a un servidor a o a un favorito. Si es íntimo y no muestra otra causa aparente de estima, comúnmente se le tiene como un recurso de secreta corrupción. En cuanto a la rudeza: es causa innecesaria de descontento; la severidad engendra temor, pero la rudeza engendra odio. Hasta las reprobaciones de la autoridad han de ser graves, y no insultantes. En cuanto a la docilidad:  es peor que el soborno. Porque los sobornos vienen de cuando en cuando; pero si la importunidad o vanas consideraciones gobiernan a un hombre, nunca han de faltarle. Como dice Salomón: "Atacar a las personas no es bueno; porque el hombre que lo haga pecará por un pedazo de pan". Es muy cierto lo que se decía antiguamente,  que "el puesto revela el hombre". A algunos los revela para mejor, y a otros para peor. Omnium consensu capax imperii, nisi imperasset (Un hombre a quien todos hubieran creído adecuado para el imperio, de no haber sido emperador), dice Tácito de Galba; pero de Vespasiano dice: Solus imperantium, Vespasianis mutatos in melius (Fué el único emperador a quien el poder hizo mejor). Es señal segura de espíritu digno y generoso, que el honor lo mejore. Porque el honor es, o debería ser, el sitial de la virtud; y como en la naturaleza las cosas se mueven violentamente hacia su lugar y serenamente una vez que están  allí, así la virtud con ambición es violenta, pero con autoridad es asentada y serena. A una alta posición se asciende siguiendo una escalear de caracol; y en caso de haber facciones, es bueno unirse a una persona mientras asciende, y examinarla cuando esté en su puesto. Usa con honradez y benevolencia la memoria de tu predecesor; porque si no lo haces, es deuda que ciertamente pagarás cuando te hayas ido. Si tienes colegas, respétalos, y no los excluyas cuando razonablemente esperen que los llames; antes, llámalos cuando no lo pretendan. No te muestres demasiado sensible de tu puesto en la conversación o en respuestas privadas a pretendientes, ni lo recuerdes demasiado; sino deja más bien que se diga: "Cuando está en su cargo es otro hombre".
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De la Ambición

La ambición es como el cólera; la cual es un humor[1] que, si no se detiene, hace a los hombres activos, diligentes, llenos de presteza y animación. Pero si se la detiene  y no puede hacer  lo que quiere, se seca, volviéndose de tal modo maligna y venenosa. Así los hombres ambiciosos, si encuentran abierto el camino para su ascensión y mientras medran, son más bien activos que peligrosos, pero si se refrenan sus deseos, se vuelven secretamente descontentos y miran a hombres y asuntos  con inquina y se sienten más complacidos cuando las cosas van mal; lo cual es la peor propiedad que pueda tener el servidor de un príncipe o un estado. Por ello es bueno que los príncipes, si emplean hombres ambiciosos, lo hagan de manera que siempre adelanten  y nunca retrocedan, y como eso no puede carecer de inconveniente, es bueno no hacer uso de tales caracteres. Porque si ellos no se elevan con su cargo, se encargarán de que el cargo caiga con ellos. Pero ya hemos dicho que era bueno no emplear hombres ambiciosos, salvo que fuera necesario, es apropiado que digamos  en qué casos son necesarios. Deben ser aceptados los buenos jefes de guerra, por muy ambiciosos que sean; porque el uso de sus servicios dispensa de los demás; y tomar a un militar sin ambición es como arrancarle las espuelas. También pueden ser muy útiles los hombres ambiciosos como barrera para los príncipes en cosas de peligro y envidia; porque ningún hombre asumirá ese papel, a menos que sea como una paloma ciega, que sube y sube porque no puede ver a su alrededor. También puede emplearse los hombres ambiciosos para echar abajo de cualquiee súbdito que descuelle; comoTiberio usó a Macrón para echar abajo a Seyano. Ya que por lo tanto han de emplearse en tales casos, resta decir cómo hay que refrenarlos para que sean menos peligrosos. Hay menos peligro en ellos si son de cuna humilde que si son nobles; y si son más bien de genio áspero, que graciosos y populares; y si son más bien recién encumbrados, y no astutos y fortalecidos en su grandeza. Algunos reputan como debilidad de los príncipes tener favoritos; pero es el mejor remedio de todos contra los grandes ambiciosos. Porque cuando el camino de agradar y desagradar descansa en el favorito, es imposible que cualquier otro sea demasiado grande. Otros medios de ponerles freno es equilibrarlos con otros tan orgullosos como ellos. Pero entonces debe haber algunos consejeros intermedios, para mantener las cosas firmes; porque sin ese lastre el barco se bambolearía demasiado. Por lo menos un príncipe puede animar y avezar a algunas personas más humildes para que sean azote, por decirlo así, de los hombres ambiciosos. En cuanto tenerlos sujetos a la ruina. si fueran de carácter temoroso, puede surtir buen efecto; pero si fueran intrépidos y osados, puede precipitar sus planes y resultar peligroso. En cuanto a derribarlos, si los negocios lo requieren, y no pueden hacerse bruscamente sin que afecte a la seguridad, el único camino es el intercambio continuo de favores y disfavores, con lo cual no sepan qué esperar y se hallen, por decirlo así, en un laberinto. Entre las ambiciones es meno dañina la ambición de prevalecer en grandes cosas que el deseo de aparecer en todas; porque eso engendra confusión y estropea negocios. Pero aun es menso peligroso tener un hombre ambicioso que se agite en los negocios, que uno grande en las cosas de dependencias. Quien busca ser eminente entre hombres capaces señala una gran tarea; pero siempre resulta para beneficio común. Pero quien pretende ser la única figura entre nulidades, es el desastre de toda una época. El honor encierra en sí tres cosas: el terrano ventajoso para hacer bien; la cercanía de reyes y de personajes principales, y la prosperidad de las fortunas de un hombre. Quien tiene las mejores de esas intenciones, cuando pretende, es un hombre honesto; y el príncipe que puede discernir esas intenciones en otro que tiene aspiraciones es príncipe prudente. Por lo general, que príncipes y estados elijan ministros más sensibles al deber, más por conciencia que por ostentación, y que disciernan entre un carácter activo y un espíritu con voluntad.

[1] De acuerdo con la fisiología antigua, el cuerpo contenía cuatro humores -sangre, flema, cólera, melancolía-, cuya variada combinación determinaba el temperamento individual.
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De los Estudios


Los estudios sirven de deleite, de adorno y de capacidad. Como deleite se usan sobre todo en la vida privada; como adorno, en la conversación, y como capacidad, en el juicio y arreglo de los negocios. Porque los hombres experimentados pueden ejecutar y hasta juzgar de pormenores, uno por uno; pero los planes generales y las tramas y dirección de los asuntos resultan mejor cuando están a cargo de los doctos. Gastar demasiado tiempo en los estudios es pereza; usarlos demasiado para adorno es afectación; formarse un juicio totalmente según reglas, es condición de erudito. Ellos perfeccionan el carácter, y son perfeccionados por la experiencia: porque las facultades naturales son como las plantas, que necesitan podarse con el estudio; y los estudios mismos dan direcciones demasiado amplias, a menos que la experiencia las delimite. Los hombres astutos desprecian los estudios, los hombres simples los admiran, y los hombres sabios los usan: porque ellos no enseñan su propio uso, sino que ésa es una sabiduría que está fuera de ellos y por encima de ellos, ganada por la observación. No leáis para contradecir  y refutar; no para creer y presuponer; no para encontrar tema para conversar o discurrir; sino para pesar y examinar. Algunos libros han de gustarse, otros han de devorarse y unos pocos han de rumiarse y digerirse; esto es, de algunos libros han de leerse sólo partes; otros se leerán, pero sin curiosidad y unos pocos hay que leer por completo y con diligencia y atención. Algunos libros también pueden leerse por intermedio de otros, y en resúmenes hechos por otros; pero eso podría hacerse sólo con los asuntos menos importantes y con los libros de calidad inferior, porque si no, los libros destilados son como las aguas destiladas, o sea, insípidas. La lectura hace maduro a un hombre; la plática lo hace ágil, y el escribir lo hace exacto. Y por ello, si un hombre escribiere poco, tendría que tener una gran memoria; si conversare poco, tendrá que tener rápida agudeza; y si leyere poco, tendría necesidad de tener mucha sagacidad, para aparentar lo contrario. La historia hace prudentes a los hombres; la poesía, ingeniosos; las matemáticas, sutiles; la física, profundos; la moral, graves; la lógica y la retórica, capaces para discutir. Abeunt studia in mores (Los estudios influyen en las costumbres). Y más aun, no hay valla ni impedimento de la imaginación que no pueda corregirse mediante estudios adecuados; así como los males del cuerpo pueden tener sus ejercicios. El juego de bolos es bueno para los cálculos y riñones; la caza para los pulmones y el pecho; el caminar apacible para el estómago; la equitación para la cabeza; y demás. Asi,  si el entendimiento de un hombre divagare , que estudie matemáticas; porque en las demostraciones, por poquísimo que se distraiga su imaginación, debe comenzar otra vez. Si su entendimiento no fuere capaz de distinguir  o hallar diferencias, que estudie a los Escolásticos; porque ellos son Cymini sectores (Que parten cabellos en cuatro). Si no fuere capaz de mandar muchas cosas y de traer a colación una cosa para probar e ilustrar otra, que estudie los pleitos de los abogados. Así, para cada defecto de la mente puede haber una receta especial.
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De la Superstición

Fuera mejor no tener ninguna opinión de Dios que tener una opinión indigna de Él. Porque si la una es descreimiento, la otra es contumelia; y ciertamente, la superstición es el reproche para Dios. Plutarco dijo bien a ese propósito: "Sin duda yo preferiría que muchos hombres negaran rotundamente la existencia de Plutarco a que dijeran que ellos sabían de un Plutarco  que se comía a su hijos al instante de nacer"; como los poetas dicen de Saturno. Y como la contumelia hacia Dios es mayor, mayor es el peligro que corren los hombres. El ateísmo deja a un hombre el camino de la razón, de la filosofía, de la piedad natural, de las leyes, de la buena fama; todas las cuales pueden ser guías para una virtud moral externa, bien que la religión no lo sea; pero la superstición las desplaza a todas y erige una monarquía absoluta en el pensamiento de los hombres. Por ello, el ateísmo jamás perturbó a los Estados; porque hace que los hombres sean prudentes consigo mismos, pues no buscan más allá: y vemos que los tiempo inclinados al ateísmo (como bajo el imperio de Augusto César) fueron tiempos de paz. Pero la superstición ha sido causa de la confusión de muchos Estados e introduce un nuevo primum mobile, que asalta todas las esferas del gobierno. El maestro de la superstición es el pueblo; y en toda superstición los sabios siguen a los tontos, y los argumentos se adaptan a la práctica, siguiendo un orden inverso. Algunos de los prelados que participaron en el Concilio de Trento, donde la doctrina de los Escolásticos tuvo una gran influencia, dijeron solemnemente "que los Escolásticos era como los astrónomos, que inventaron excéntricos y epiciclos [1], y todo aquel artificio, para explicar lo fenómenos; aunque ellos sabían que no había tales cosas"; y que de manera semejante los Escolásticos habían fabricado sutiles e intrincados axiomas y problemas para explicar las prácticas de la Iglesia. Las causas de la superstición son: los ritos y ceremonias agradables y sensibles; el exceso de santidad aparente y farisaica; la exagerada reverencia a la tradiciones, que no pueden servir si no de carga a la Iglesia; las estratagemas de los prelados para dar cabida a sus ambiciones y sus lucros; el favorecer en demasía las buenas intenciones, lo cual abre la puerta a fantasías e innovaciones, el propender a los asuntos y negocios divinos teniendo en cuenta los humanos, lo cual no puede engendrar sino la confusión de pareceres; y, finalmente, los tiempos de barbarie, especialmente apareados  a calamidades y desastres. La superstición, sin velo, es cosa deforme; pues así como más deforme es un mono cuanto más se parece a un hombre, así la similitud de la superstición con la religión lo hace más deforme. Y como la carne sana se corrompe con gusanos diminutos, así los buenos rituales y sacramentos se corrompen con ceremonias mezquinas. Existe la superstición de evitar la superstición, cuando los hombres piensan obrar mejor mientras más se apartan de la superstición antes aceptada; por ello debe cuidarse de que (como sucede con las malas purgas) lo bueno no se vaya con lo malo; lo cual ocurre comúnmente cuando el pueblo es el reformador.

[1]Según la astronomía Ptolemaica, los planetas se movían en círculos llamados epiciclos, cuyos centros también se movían en círculos, llamados excéntricos porque sus centros estaban fuera de la tierra.


Clásicos Jackson, Ensayistas Ingleses, Tomo XV